La Real Academia de San Dionisio, de Ciencias, Artes y Letras reiniciaba su actividad tras el parón provocado por la pandemia, y lo hacía de manera telemática con la conferencia «La celebración del Corpus jerezano en el siglo XVI», ofrecida por el joven investigador de la Universidad de Sevilla, Don Bruno Escobar Fernández.
Esta primera sesión había que enmarcarla dentro del ciclo «Jerez Siempre» que la Real Academia de San Dionisio organiza en colaboración con el Centro de Estudios Históricos Jerezanos.
Tras las palabras del Excmo. Sr. Don Joaquín Ortiz Tardío, presidente de la Real Academia de San Dionisio, y la presentación del Ilmo. Sr. Don Francisco Antonio García Romero, Académico Numerario y vicepresidente de Letras de esta corporación, tomaba la palabra un Bruno Escobar que ponía de relieve que el Corpus Christi era la verdadera fiesta grande de las ciudades de la Edad Moderna. Jerez no fue excepción y durante todo ese período vivió anualmente una jornada memorable en la que la ciudad en pleno se entregaba a regocijos y «locura colectiva». La documentación de la época es muy rica en detalles: habla de un Jerez que olía a los dulces que se vendían en puestos callejeros y a las hierbas aromáticas que, esparcidas por las calles, camuflaban la hediondez cotidiana de la ciudad. Reconstruir cómo fue el Corpus es una labor apasionante; permite abrir una ventana al pasado y ver que no todo ha cambiado tanto. Ya entonces se engalanaban los monumentos de forma similar a hoy y el montaje de unos primitivos palcos daba quebraderos de cabeza al Ayuntamiento ya en el siglo XVI.
Pero esta fiesta, aunque esencialmente sacra, se vivía también desde la heterodoxia: gigantes y cabezudos, dragones de madera, representaciones teatrales y danzas bailadas con disfraces extravagantes (de turcos, de reyes o con hábito de monje) llenaban las calles. El Corpus era, como señaló Bonet Correa, una válvula de escape que permitía dejar en suspenso la monotonía grisácea de la vida cotidiana. Y su prestancia, (su «ornato», que dirían entonces) era motivo de los desvelos del Ayuntamiento, que debía bregar con constantes enfrentamientos: los oficios de la ciudad, discutiendo por el orden que ocupar en la procesión; los caballeros del Cabildo con lo mismo; franciscanos y dominicos forcejeando por pronunciar el sermón de la fiesta; e incluso la Colegial negándose a sacar la custodia a la calle, si el Ayuntamiento no enmendaba tal o cual cuestión.
Aun así, con sus más y sus menos, la fiesta siempre se celebraba. Y la documentación de la época llega a indicarnos el recorrido de la procesión, e incluso las palabras que gritaban los jerezanos de entonces cuando se detenía el cortejo en determinada plaza. No se puede olvidar que, en parte, el origen de las procesiones de Semana Santa está en esta celebración, y que el ritual de las mismas, muy transformado, ha perdurado aún en algunas ciudades. En Jerez, sin ir más lejos, hay hermandades que están recuperando los sonidos propios de esta celebración, donde los ministriles acompañaban con sus chirimías, sacabuches y bajones al santísimo sacramento; o los cantores de la Colegial entonaban sus cantos al paso de la procesión. En Valencia siguen saliendo a la calle el día de Corpus carros similares a los que en Jerez salían, como alegorías del bien y el mal. En Zahara aún se llenan las calles de hierbas que transforman el entramado urbano en un auténtico jardín. Esa era la riqueza del Corpus, tan lejos de la fiesta que hoy se conoce; pero queda la historia para intentar, aunque sea desde las palabras, recuperar su esplendor perdido.