Memorable concierto de dos violinistas de excepción
Enrique Orellana y Vicente Cueva deleitaron al mucho público que abarrotó el patio del Callejón de Lepe del Ayuntamiento de Jerez en el ‘Concierto de Primavera’ organizado por la Real Academia de San Dionisio
La Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras celebró este pasado jueves, de manera extraordinaria en el patio del Callejón de Lepe del Ayuntamiento de Jerez, el tradicional ‘Concierto de Primavera’ que, bajo el título genérico de ‘Dos violines para la música’, reunió para tal ocasión a dos de los más experimentados y prestigiados violinistas de España: Enrique Orellana y Vicente Cueva (ex profesores titulares de la Orquesta Nacional de RTVE). La respuesta del gran público se ajustó –casi milimétricamente- a las expectativas de inicio creadas. En efecto así aconteció: diez o quince minutos antes del comienzo del concierto el patio del Callejón de Lepe ya presentaba un aspecto del todo nutrido de personas. Lleno absoluto. Enseguida la organización tuvo que agenciar sillas suplementarias para así acomodar a la incesante concurrencia que continuaba llegando al lugar señalado.
No era para menos (y no únicamente por la agradable climatología de la tarde noche): la nombradía de los violinistas protagonistas ejercían pronto de poderoso imán para los buenos melómanos jerezanos. Hablar de Enrique Orellana y de Vicente Cueva es hacerlo de dos fecundas trayectorias profesionales paralelas. De dos vocaciones nacidas al unísono. De dos inquietudes musicales crecidas al alimón de una innata dedicación –y de una irreprochable y admirable- capacidad de sacrificio. Es retrotraerse al Madrid de los años cincuenta, cuando dos adolescentes marchaban a la capital –entonces de tedio y plateresco- para consolidar el continuum de la formación musical. “Todo, entonces, era estudiar machaconamente, jubilosamente, invariablemente, música. Todo era el Conservatorio y la tenacidad por el perfeccionamiento de la técnica”, señala Enrique. “Sólo nos permitíamos –añade simpáticamente Vicente- jugar al futbolín de tarde en tarde. O incluso, esporádicamente, al ping pong”.
“Tuvimos maestros extraordinarios –explican, de aquellos que definen tus propias virtudes-, como fue el caso de Antonio Arias, quien nos dijo que la técnica la manejábamos con cierta destreza, pero que la música la habíamos dejado en casa. Son lecciones que jamás podremos olvidar y que de alguna manera comienzan a redefinir el sentido de nuestra conformación artística”. Cualquier afirmación en la voz de sendos artistas, de tamaños músicos, pronto cobran naturaleza de postulado subrayable: “A veces la tendencia creativa del violinista se vuelve ingrata porque quien manda es el concertino siempre”. “El director de orquesta debe ser un dictador para poder dominar y aunar todas las voluntades”. “Para el violinista el arco siempre debe comenzar en el hombro”. “Las virtudes básicas, imprescindibles, del violinista han de ser el oído y el ritmo”.
Los jerezanos disfrutaron el pasado jueves de dos jóvenes septuagenarios en plenas facultades artísticas. Parecieron dos chiquillos en noches de estreno, de reválida, de presentación pública. Tras las palabras de introito del propio presidente titular de la Real Academia de San Dionisio, Joaquín Ortiz Tardío, hizo uso de la palabra el vicepresidente de Artes de esta real corporación, Juan Salido Freyre, para declamar una presentación muy bien medida en el tiempo –ortodoxamente canónica según los académicos esquemas tácitos establecidos al respecto- que a su vez pellizcó en los hondones palpitantes del aforo. Exaltó Salido no pocas raigambres de la universal grandeza de la música como modo inmortal y atemporal de expresión. Cuanto sucedió a continuación forma parte ya incluso del escénico imaginario colectivo –o del lenguaje del arte basado en los tonos de lo real maravilloso, por utilizar una terminología propia de Alejo Carpentier-. Piezas de F. Mazas, de G. B. Viotti o de Ch. Bériot para deleite del aforo. Ovaciones como consecuencia del magisterio. Pelo cano en dos virtuosos del violín. Una carrera –paralela, convergente- para dos hombres y para una misma afinación. Un concierto, sin duda, memorable.